Dra. Carmen Almodóvar
Los flujos migratorios siempre han revelado, en buena medida, los grandes vaivenes que han sufrido los pueblos a lo largo de su historia; de hecho, las oleadas migratorias ponen al desnudo los grandes problemas existentes en el país donde parte de su población decide buscar un nuevo destino para vivir. Si se reduce esta amplísima temática a la emigración de españoles hacia tierras de América, no constituye una sorpresa que se le considere un tema recurrente, respaldado por una amplia y novedosa bibliografía.
Cuba -como otras naciones del continente americano que formaron parte del imperio colonial español- acogió en su seno durante siglos a miles de españoles, que fueron destinados por su gobierno a cumplir determinadas funciones en la Isla o vinieron en calidad de inmigrantes a la “Perla antillana”. Merece la pena subrayar que entre 1880 y 1930 arribaron a las costas cubanas unos cuatro millones de hombres y mujeres procedentes de España, quienes aspiraban a materializar sus sueños en esta “tierra de promisión”. En modo alguno constituían un grupo homogéneo, por el contrario, aquellos españoles que habían abandonado sus regiones -Asturias, Galicia, Canarias, Cataluña…- se diferenciaban en múltiples aspectos; no obstante, la mayoría había crecido en áreas rurales, pertenecía al sexo masculino, carecía de fortuna y poseía brazos fuertes para el trabajo.
Aunque los estudiosos del tema afirman que la causa primordial de la emigración masiva hacia América fue la pobreza, no deben obviarse otras razones que determinaron a miles de personas a tomar la difícil decisión: abandonar su tierra natal. Las circunstancias y el contexto en que se desenvolvían influyeron en su resolución, como aquellos que optaron por cruzar el Atlántico para evadir el servicio militar obligatorio, o quienes se vieron obligados a exiliarse.
En las primeras décadas del siglo XX Cuba recibió diversas oleadas hispánicas procedentes de todas las regiones de España; en su mayoría eran varones en edad laboral y poseían experiencias en tareas agrícolas. De manera general, aquellos recién llegados se integraron rápidamente a la sociedad que le abría sus puertas. Todos aspiraban a convertirse en “indianos”: poderosos, ricos y respetados. Algunos lo lograron y regresaron a sus lugares de origen, beneficiando a las aldeas y pueblos de procedencia; otros, después de triunfar en la isla, prefirieron asentarse en la misma definitivamente y cooperar de manera decisiva al desarrollo de la nación. Los más no lograron “el sueño americano” a pesar de haber trabajado muy duro en Cuba, “la nación soñada”.
No se ha desestimado el importante rol que desempeñaron y la enorme colaboración prestada al desarrollo socioeconómico del país. Aquellos inmigrantes con su esforzado y anónimo quehacer, contribuyeron a la prosperidad de su patria de adopción. Unos y otros hallaron en las sociedades españolas fundadas en Cuba -comarcales, culturales o de beneficencia- el refugio ideal para mantener vivas sus raíces.
Transcurridos los primeros veinte años del siglo XXI, la inmigración española en Cuba no constituye “letra muerta”, forma una parte muy representativa de Nuestra Común Historia.